ACTIVIDADES / SOMMELIER DE IDEAS
CHARLA/CONFER.
SOMMELIER DE IDEAS
EL 09/12/2010 A LAS 19:00 HS.
CCEBA SEDE PARANÁ 1159


UNA EXPERIENCIA FILOSÓFICA Y SENSORIAL
Coordina:
LUIS DIEGO FERNÁNDEZ

CATAR IDEAS, DEGUSTAR CONCEPTOS
LDF

"In vino veritas [en el vino está la verdad]: parece que también en esto me hallo una vez más en desacuerdo con todo el mundo acerca del concepto de "verdad"-en mí el espíritu flota sobre el agua"
Nietzsche, Ecce Homo

Sommelier de Ideas es una experiencia sensorial: un ejercicio filosófico. La filosofía, aunque parecemos haberlo olvidado, es una forma de vida -o no es nada. No hay nada más práctico que la filosofía. Para los pensadores griegos y romanos, filósofo era aquel ser extravagante y disonante -como Sócrates-, aquel individuo peligroso e impío cuya palabra podía cambiar las acciones de las personas, dirigir conciencias o convertir radicalmente su modo de vida. Un ser que tiene una puesta en escena: el ágora, la mesa, la comida, el vino. Filosofía y vino nacen en el mismo espacio: el simposio. Basta leer el diálogo de Platón para evidenciarlo: una mesa grande, un conjunto de hombres en torno a ella, vino y comida. Luego, lo único que hace a la filosofía viva: el diálogo. No hay filosofía sin diálogo, sin amistad.
El cruce de las ideas con los gustos y sabores son indisociables desde el siglo VI a.C. Y el vino y la gastronomía están presentes en la historia de la filosofía desde siempre: pensemos en las olivas de Platón, el queso de Epicuro, el cangrejo de Sartre, la cocina piamontesa de Nietzsche, las pasas de Wittgenstein, las ensaladas de los estoicos, las salchichas de Schopenhauer, el té de Kant, los cigarros de Marx o la gran bodega de Engels. Y es que el vino y la filosofía trabajan con la misma coordenada: el tiempo. La enología es un arte del tiempo, y la filosofía le pone categorías a ese resultado.
Dice Michel Onfray: "Me gusta hablar de un músico, de un pintor, de un escritor o de un poeta con palabras que no parecen corresponderles: el color de una música, la melodía de la pintura, la policromía de un poema, la arquitectura de una novela. En ese juego de correspondencias, me gusta también abordar un vino a la menera poética, lejos de las disertaciones científicas. Y para hablar de un vino renuncio a la retro-olfacción, los ésteres volátiles y las curvas de acidez, y prefiero preguntarme qué sería ese vino si fuera un pintor o un músico, un arquitecto o un escritor. Y el sublime Petrus 1982 que había abierto para nosotros llevó la voz cantante en ese juego. Después de varias confrontaciones, explicaciones y justificaciones, llegamos a la conclusión de que era Beethoven, y en particular el primer movimiento de su última sonata, la número 32 opus 111. Fuego y vigor, contención y melodía, energía y eficacia, desprecio por la seducción, pero enorme encanto, estilo y dignidad, carácter y temperamento sin máscara, contrastes y gusto por el oxímoron, el contenido de esa botella era una obra de arte, un ejemplo de los posibles grados que existen entre lo bello y lo sublime, categoría romántica definida por una emoción que nos paraliza y nos deja mudos".
Ese ejercicio mental y gustativo es lo que hace el sommelier de ideas: un syrah, un malbec, un merlot, un cabernet, un sauvignon blanc, un chardonnay, un pinot noir, todos varietales que pueden ser descritos al modo de Onfray. Cada vino es un filósofo. Esa correspondencia, desde luego, lejos está de una "verdad" universal. El juicio de gusto, como sabemos, es una singularidad. Aquí, es un disparador para pensar el cuerpo, y pasarla bien.

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