"Cuando Georgina Ginastera me habló de estas cartas y de la idea aún indefinida de publicarlas, lo primero que pensé fue que, por el carácter del vínculo -padre e hija-, lo más valioso de esa correspondencia estaría sin dudas en su contenido íntimo y personal, en la historia de familia con la cual todo lector, en algún punto, podría llegar a sentirse identificado. La perspectiva, entonces, desde la cual cobraba sentido el descubrimiento de estas epístolas, era la de la mirada de su hija ofreciendo una semblanza única sobre Alberto Ginastera, un punto de vista que nadie más que ella podía revelar a los lectores sobre la vida uno de los más grandes genios musicales que ha dado la Argentina. Luego surgió la necesidad de encontrar un formato atractivo sobre el cual desplegar esa correspondencia y su contexto, dando vida, a la vez, a un pasado en el que padre e hija vuelven virtualmente a encontrarse. Fue así como me vino a la mente una imagen inicial en la que me representé la manera en la que fluiría el relato: Georgina -pasados ya casi treinta años de la muerte de su padre- comienza a recopilar material para un homenaje por ese aniversario y se encuentra, entre otras cosas, con una caja que contiene un atado de viejas cartas, todas escritas por su padre, ya radicado en Europa, durante los últimos diez años de su vida. A medida que las relee, comienza a despertarse su propia memoria en una secuencia de flashbacks que, intercalados con esas lecturas, van reconstruyendo y encadenando la vida de ambos a través de distintos saltos en el tiempo, siempre aferrada a esos escritos que la traen al presente y a una constante reflexión sobre el destino de su padre y su familia. De esta manera, la voz de Georgina se convierte en protagonista, expresando con su fuerte presencia el mundo privado e introspectivo en que transcurre ese reencuentro. Compuse su personaje a partir de incontables entrevistas, para las cuales fui proponiendo temas específicos con especial interés en lo afectivo, aspectos sensibles y por momentos difíciles sobre los que Georgina se expresó con asombrosa franqueza y generosidad. Los temas no tenían necesariamente una vinculación directa con las cartas sino más bien con antiguas impresiones que habían quedado olvidadas con el paso del tiempo; tampoco estaban propuestos en función al orden en que se cuenta esta historia, pues quería reservarme cierta frescura y espontaneidad para la narración, reconstruyendo este rompecabezas de recuerdos con nuevas e inesperadas conexiones. De modo que una vez que recibí las cartas (previamente seleccionadas por Georgina, que conservó las originales en sus versiones completas), esbocé los contenidos básicos, las historias paralelas y las líneas temporales en las que se iba a desarrollar el relato. Luego me aparté de ellas por completo durante el período de las entrevistas. Esto me permitió adentrarme en el carácter de la voz protagónica con su particular manera de contar y de reflexionar. Recién después, al cabo de esa extensa etapa de conversaciones y con todo el material ya procesado, comencé a crear un encadenamiento de recuerdos aparentemente espontáneo, procurando lograr una continuidad que representó mi principal desafío. Con el fin de enriquecer la trama y establecer un ritmo novelado para ese contrapunto que fui tejiendo entre las cartas del padre y los retazos de la memoria de su hija, me valí de ciertas licencias y recursos literarios, sin apartarme de los hechos verídicos, e intentando siempre comprender y capturar la esencia emotiva de lo que había recogido en las valiosas conversaciones con Georgina. Fui relacionando esa información, creando imágenes y escenas, intercalando citas y descripciones en las que luego ella se sintió fielmente reflejada. Por último, no puedo dejar de mencionar el hecho de que el inicio de este proyecto estuvo marcado por la inesperada muerte de mi padre. La tristeza de esa pérdida fue una fuente de inspiración que me ayudó a evocar el pasado, aunque no fuera el mío, y a encontrar el tono para narrar la vida de otros. Como esas escenas en el mar que, de alguna manera y en otro escenario, valen también como un tributo a mi propio padre y a mi infancia junto a él. El resultado de este trabajo conjunto tan grato, en el que Georgina aportó su historia y yo, una forma de contarla, es un libro que, en el recorrido inverso al de las cartas, rinde un afectuoso homenaje de una hija hacia su padre. Alberto Ginastera nació en Buenos Aires el 11 de abril de 1916 y falleció en la ciudad de Ginebra (Suiza) el 25 de julio de 1983. Desde hace más de medio siglo, su música representa lo más célebre de la Argentina musical. A treinta años de su muerte, este retrato se propone mostrar algunas de las notas más personales del genio."
CECILIA SCALISI