ACTIVIDADES / DEL FUROR Y EL DESCONSUELO
PRESENTACIÓN
DEL FUROR Y EL DESCONSUELO
EL 22/08/2012 A LAS 19:00 HS.
CCEBA SEDE FLORIDA 943


UN LIBRO DE RAFAEL TORIZ
LECTURA Y DIÁLOGO CON MIGUEL ESPEJO
MODERA: ANA CECILIA PUJALS

Con el apoyo de la EMBAJADA DE MÉXICO EN BUENOS AIRES

DEL FUROR Y EL DESCONSUELO es un compendio de ensayos que va del encanto por el conocimiento y la interconexión de los saberes a la vacuidad de la academia y la tristeza del pensamiento anegado por los libros.
Esta obra de TORIZ, como un péndulo desquiciado, oscila entre las bondades del humanismo y los ríos oscuros que lo alimentan y aniquilan, sosteniendo que la luz que ilumina la existencia es también el fuego que habrá de devorarla.
RAFAEL TORIZ (1983) es escritor y flanerista. Mención honorífica en el Concurso Internacional de Ensayo convocado por la ONU y la República Islámica de Irán (2001). Premio Nacional de Ensayo Carlos Fuentes 2004. Ex becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del FONCA en el área de ensayo. Ha publicado los libros Animalia (Universidad de Guanajuato, 2008, litografías de Édgar Cano) y Metaficciones (UNAM, 2009). Premio Nacional de la Juventud Mexicana.

MIGUEL ESPEJO
(Ledesma, Jujuy, 1948). Es poeta, narrador y ensayista. Entre 1976 y 1983 residió primero en Canadá y luego en México. Allí publicó sus primeros libros de poesía: Fragmentos del Universo (1981) y Mundo (1983). Por La brújula rota (Córdoba, 1996) obtuvo el Premio Único a obra inédita de la Municipalidad de Buenos Aires y el Primer Premio Regional de Literatura. Es autor de las novelas El círculo interno (1990). Sus cuentos han sido reunidos en el volumen Dispersiones y algunos de ellos incluidos en diferentes antologías. Entre sus libros de ensayo se cuentan: El jadeo del infierno (México, 1983), La ilusión lírica (Buenos Aires y México, 1984) y Heidegger. El enigma de la técnica (México, 1988). Fue director de El Tribuno de Jujuy de 2000 a 2002. Una antología de sus obras fue publicada en la colección Musarisca bajo el título de Larvario. Además, prologó la antología de poemas de Leopoldo Marechal Largo día de cólera, de la misma colección.
DEL FUROR Y EL DESCONSUELO
Por Agustín del Moral (editor Universidad Veracruzana)

El prestigio del apocalipsis es inagotable. Basta que cualquier profeta de tres centavos suelte que el cine ha muerto, que el teatro ha muerto, que la poesía ha muerto o que la política ha muerto para que pasemos a contemplarlo con la admiración pusilánime que se reserva a los sabios provistos de dones adivinatorios. A veces, sin embargo, los apocalípticos no son mediocridades, sino verdaderos sabios aterrados ante los cambios que se avecinan.
Platón lamenta en el Fedro, por boca del rey Tanos, la invención de la escritura, una creación peligrosa porque "implantará el olvido en las almas de los hombres", quienes "dejarán de ejercer la memoria porque contarán con lo que está escrito": la escritura no proveerá a los hombres de sabiduría, sino de falsa sabiduría, lo que inevitablemente conducirá al fin de la auténtica cultura.
La verdad es que, si bien se mira, Platón estaba en lo cierto: con la aparición de la escritura desapareció una cultura: la que monopolizaba el maestro que de viva voz impartía sus conocimientos. Pero apareció otra, que en parte aún es la nuestra. Lo mismo ocurrió, dieciocho siglos más tarde, con la aparición de la imprenta. Lo mismo ha ocurrido con la aparición de los medios de comunicación de masas. Lo mismo ocurre con el cine, con el teatro, con la poesía o con la ciencia. Porque en la cultura, como en la materia, nada se crea ni se destruye: sólo se transforma. Lo único que permanece idéntico es el miedo.
Pienso todo lo anterior, con una sonrisa en la boca, luego de recordar la lectura que hice del libro más reciente de Rafael Toriz: Del furor y el desconsuelo. Lo pienso porque desde hace no sé cuántos años todos oímos clamar que la literatura está muerta, que la cultura audiovisual la ha engullido, que ya nunca nada será igual que en los años treinta y cuarenta, que en los años setenta, que en el siglo XIX. Lo dicen mediocridades, pero también lo dice gente respetable. No lo entiendo.
No es que sea un lector de novedades, pero en mi oficio (editor) no tengo más remedio que estar atento de lo que va apareciendo y, sin ir más lejos, el año pasado leí al menos unos cinco libros formidables. Quizá hubo más, pero, aunque no los hubiera, me pregunto si no es suficiente con eso para demostrar que la literatura está insolentemente viva.
Me respondo que sí; todos nos respondemos que sí; todos menos el a veces apocalíptico Rafael Toriz, quien en Del furor y el desconsuelo se supera a sí mísmo y con creces. Todo el libro es una apasionada exploración del mundo de las ideas que han colmado la vida de Rafael tanto como colman su estilo. Así, sus ensayos se aprecian como las reflexiones de alguien que alguna vez fue un alumno brillante y que ahora recuerda y relee desde el puesto de quien se sabe irreprochable y curtido lector.
Porque en Del furor y el desconsuelo hay mucho más de lo que habitualmente suele encontrarse en las antologías de supuestos grandes pensadores que no hacen otra cosa que mirarse el propio ombligo. El ombligo de Rafael Toriz -que, está claro, lo tiene, y no anda por la vida exhibiendóselo a todo el mundo- es su tercer y poderoso ojo de rayos X, con el que observa en la obra de ciertos pensadores (de las ciencias y de las humanidades) el derrotero de la civilización, las fuerzas motrices de un largo proceso de humanización de la vida, en el que el hombre ha ido superando el estado de naturaleza, adquiriendo una conciencia moral y una sensibilidad estética que lo preservan contra la barbarie.
Así, el joven Toriz nos habla aquí, bajo la sombra de grandes nombres, acerca de las relaciones entre ciencia y literatura, sobre la poesía de la ciencia, sobre un género bastante menospreciado en una y otra arena del conocimiento: la divulgación, sobre Stephen Jay Gould y Michel Foucault, sus bestias negras, sobre los horrores y los errores de la academia y sobre el inmenso hospital -el chiste es de Rafael Antúnez- en el que se ha convertido nuestro país, donde todos son doctores o aspiran a serlo, y sobre una fantasía apocalíptica en la que todos y cada uno de los libros son destruidos "para tener la posibilidad de escribirlos todos sin escribir ninguno".
Filosofía, literatura, historia, filosofía de la ciencia, sociología, Toriz parece haberlo leído todo e interiorizado todo (nada más hay que ojear su impactante bibliografía). Así y todo, Del furor y el desconsuelo se lleva en el bolsillo como un libro de poemas y para ingresar de verdad en él hace falta una actitud más propia de la lectura de poesía que de la prosa.
Pero me equivoco en la disyuntiva: la prosa no es lo contrario de la poesía, sino del verso. La poesía es un estado de máxima intensidad expresiva que muchas veces está ausente de los libros de versos y sin embargo puede saltar como un chispazo en medio de una novela, o en una música, o en las imágenes de una película, o en un problema matemático.
La poesía es aquello que sólo puede percibirse con una forma peculiar de atención, algo que está materialmente en el sonido de las palabras pero también en el silencio y el espacio en blanco que hay detrás de ellas y en la resonancia que provocan. La poesía es un primer impacto que ha de ser continuado por una larga revelación, por la conciencia de un significado que es a la vez más claro y más misterioso en cada lectura y nunca se repite idéntico. La poesía es para ser leída en silencio unas veces y otras veces en voz alta, y su lectura no se acaba nunca, ni siquiera cuando nos sabemos los versos de memoria. Del furor y el desconsuelo dice lo que quiere y lo que es en el lenguaje misterioso de la poesía.
Y al final, naturalmente, uno termina de leer riéndose a carcajadas, riéndose para no llorar, riéndose de todos los maleficios y profecías y vaticinios y de todos los sabios y los pusilánimes aterrados, aunque no de Platón, que al fin y al cabo escribió en alguna parte que sólo se es humano cuando se es una criatura que lucha. Y un luchador me ha parecido y me parece Rafael Toriz, alguien que se sube al ring de las ideas y da la batalla, apretando los dientes y sangrando por la nariz y cubriéndose con la derecha y sacando la izquierda como si con cada golpe estuviera gritando que, aunque al final del combate aguarde la derrota, tampoco va tenerle miedo a nadie ni a nada y va a vender caro su pellejo. Un honor ser editor de alguien así.

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